Se asientan sobre uno de los parajes más bellos de nuestra isla. El contraste es extremo: el cegador blancor de la sal dispuesta en los balaches, las rosáceas charcas y los tajos; una gama de pequeñas pinceladas de color que se plasman sobre un gran lienzo de fondo negro, fruto de la caprichosa naturaleza.
Las salinas fuencalenteras suponen el esfuerzo de la familia Hernández Villalba para conseguir la supervivencia de la producción tradicional de la sal. En este singular paraje concurren arcaicos sistemas de recolección con avanzadas técnicas intensivas. En ellas conviven por tanto, los valores etnográficos y paisajísticos.